Parroquia de San Bernardo. Parque de San Telmo. Las Palmas de Gran Canaria.
En la puerta un señor sentado pidiendo limosna. Entro. Me quedo un rato de pie observando las paredes de la pequeña iglesia, el techo de madera, el suelo de piedra, el oro de columnas y esculturas, el mármol de los escalones que llevan al altar, los cuadros con imágenes religiosas…huele a habitación cerrada desde hace años. Me siento en el último banco, como intentando que nadie note mi presencia, ni modifique su actitud. Yo sólo quiero observar.
Predominan las mujeres y, entre estas, las de mayor edad. Hay muchas personas que vienen solas, se sientan y dejan que su mirada se pierda. Adelante del todo hay un grupo de señoras, todas vienen juntas. Silencio. Una mujer muy mayor entra. Es la que previamente pude ver en el parque regañando a unos jóvenes: “deben ir a la escuela, hacer algo con sus vidas” –decía. A lo que le responden los chicos con burlas y risas. Es muy mayor y le cuesta caminar. Se sienta cómodamente. Este lugar es su segunda casa. Una de las mujeres del grupo de adelante comienza a rezar en voz alta: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén”. Las demás, como un coro, repiten a la vez. Nadie se altera ni se asusta. Todo sigue igual, pero con una especie de canto gregoriano de fondo. Los rezos se repiten constantemente. La señora mayor rebusca en su bolso, mira su cartera… se entretiene. Parece que ella no haya venido a rezar, ella simplemente ha venido a pasar el rato, a sentirse bien. Entra un matrimonio (hombre y mujer) y se sientan delante de mí. Los observo. No hablan. Él previamente se ha inclinado ante el altar. Al cabo de un rato ella mira a su esposo y le susurra: “yo ya acabé”. Y él le contesta: “yo también”. Y se levantan. Me miran extrañados: ¿qué hace una chica tan joven en la iglesia? (ya no es muy común). Yo disimulo y miro al suelo, hago como hacen todos los demás. Me dejan de mirar y se van. Él vuelve a inclinar su cuerpo y ella hace un gesto con la cabeza. Fijo mi mirada en la abuela, se ha quedado dormida. Hace fuerza para evitarlo, pero las cabezadas son evidentes. Continúan: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén”.
Salgo y pienso en todas esas veces que vemos por televisión o en la vida real a un grupo de personas de otra cultura que realizan sus rituales, que cantan y rezan en sus idiomas, y que pensamos que están locos, o que son raros; o, peor aún, consciente o inconscientemente, damos por hecho que son inferiores porque no actúan como nosotros.
Pero, ¿y si esas personas entran conmigo en la parroquia? ¿no pensarán que los locos somos nosotros?
Tal vez no haya raros ni locos, sino diferentes puntos de vista, diferentes modos de educar, diferentes maneras de ver el mundo…
Tal vez lo único que falte sea entender que cada uno es diferente y que eso es lo realmente maravilloso.
En la puerta un señor sentado pidiendo limosna. Entro. Me quedo un rato de pie observando las paredes de la pequeña iglesia, el techo de madera, el suelo de piedra, el oro de columnas y esculturas, el mármol de los escalones que llevan al altar, los cuadros con imágenes religiosas…huele a habitación cerrada desde hace años. Me siento en el último banco, como intentando que nadie note mi presencia, ni modifique su actitud. Yo sólo quiero observar.
Predominan las mujeres y, entre estas, las de mayor edad. Hay muchas personas que vienen solas, se sientan y dejan que su mirada se pierda. Adelante del todo hay un grupo de señoras, todas vienen juntas. Silencio. Una mujer muy mayor entra. Es la que previamente pude ver en el parque regañando a unos jóvenes: “deben ir a la escuela, hacer algo con sus vidas” –decía. A lo que le responden los chicos con burlas y risas. Es muy mayor y le cuesta caminar. Se sienta cómodamente. Este lugar es su segunda casa. Una de las mujeres del grupo de adelante comienza a rezar en voz alta: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén”. Las demás, como un coro, repiten a la vez. Nadie se altera ni se asusta. Todo sigue igual, pero con una especie de canto gregoriano de fondo. Los rezos se repiten constantemente. La señora mayor rebusca en su bolso, mira su cartera… se entretiene. Parece que ella no haya venido a rezar, ella simplemente ha venido a pasar el rato, a sentirse bien. Entra un matrimonio (hombre y mujer) y se sientan delante de mí. Los observo. No hablan. Él previamente se ha inclinado ante el altar. Al cabo de un rato ella mira a su esposo y le susurra: “yo ya acabé”. Y él le contesta: “yo también”. Y se levantan. Me miran extrañados: ¿qué hace una chica tan joven en la iglesia? (ya no es muy común). Yo disimulo y miro al suelo, hago como hacen todos los demás. Me dejan de mirar y se van. Él vuelve a inclinar su cuerpo y ella hace un gesto con la cabeza. Fijo mi mirada en la abuela, se ha quedado dormida. Hace fuerza para evitarlo, pero las cabezadas son evidentes. Continúan: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén”.
Salgo y pienso en todas esas veces que vemos por televisión o en la vida real a un grupo de personas de otra cultura que realizan sus rituales, que cantan y rezan en sus idiomas, y que pensamos que están locos, o que son raros; o, peor aún, consciente o inconscientemente, damos por hecho que son inferiores porque no actúan como nosotros.
Pero, ¿y si esas personas entran conmigo en la parroquia? ¿no pensarán que los locos somos nosotros?
Tal vez no haya raros ni locos, sino diferentes puntos de vista, diferentes modos de educar, diferentes maneras de ver el mundo…
Tal vez lo único que falte sea entender que cada uno es diferente y que eso es lo realmente maravilloso.
Me alejo de la parroquia. Quizás vuelva en otra ocasión...
2 comentarios:
Seré tu seguidora número uno. Orgullosa de ti. TQM
Quizás lo maravilloso sea tu capacidad de observación para darte cuenta de todos los pequeños o grandes detalles que pasan día a día por tu lado y se van registrando en tu retina...
Sigue por este camino que comienzas con buen pié!
Te quiero mucho Peke!
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